miércoles, 28 de marzo de 2012

Olé, olé

Por Lolita Cuevas-Avendaño

Nadie antes me lo había preguntado pero es preciso señalar que nunca había visto una película de Germán Valdés “Tintán”. Podría mencionar un sinfín de películas protagonizadas por Pedro Infante o la abuelita de todas las películas del cine de oro, Sara García, pero que por favor no me cuestionen acerca de la trayectoria fílmica del, aclamado por muchos, actor. El desconcierto reside en la poca admiración que le tenían en mi casa, no así de los otros dos personajes ya mencionados. De ahí que existiera de mi parte un ligero rechazo a las películas en cuyos créditos aparecía escrito Germán Valdés.
No se trata solamente de seguir fervientemente las preferencias cinematográficas de mi familia, pero nunca tomé la decisión de conocer, por lo menos superficialmente, el trabajo de Valdés.
Como primera experiencia Tintanezca, la película me pareció de lo más entretenida y divertida. No lo alabo, admito, pero sí me transmite una sensación de dedicación y seriedad. Sobre todo profesionalismo en su trabajo. Rodeado de hombres apuestos, con bigote al más puro estilo de macho mexicano, que incluye un familiar directo, con quien comparte créditos, Tintán enmarca su personalidad y sobresale por sobre todas las cosas. Desde luego es el caso, toda vez que es el protagonista, sin embargo estoy muy segura que habría sido suficiente de su presencia para llenar cada escena.
Hablando más en forma de la película, de lo que vi, de lo que no, y de lo que me habría gustado encontrar o que hicieran, comenzaré con el común de mis últimos reportes: alabanza a las escaleras. En este caso son aún de mayor tractivo personal porque me recuerda mi época de bachiller.
Desde que el protagonista baja por ellas desde las primeras escens, inmediatamente las asocié con las escaleras de la “Consti”, que bien se dice “es una vecindad”. Vecindad de la antigua Xalapa.
Ese ser “despreciable y enemigo de la sociedad” me pareció más bien un David Bisbal cuando cantó en la casa de la vieja rica. Con esos gallos disfrazados de falsetes, me queda claro que muchas veces únicamente basta con decirse español para levantar olés en el público.
Ya que me atreví a mencionar a la vieja rica, ahora me avocaré a aludir a la joven rica. La chichicuilota para ser precisos. El verla sentada frente al piano provocaba en mí una mezcolanza de risa y preocupación. No sabía en qué momento su brazo quebraría o desfallecería toda ella. Pero lo que sí, es que revivió en mi memoria las finas y perfectamente colocadas notas de Blanca Nieves.
Ubico en las Mujeres (con altas, cual debe ser) una suerte de seres con ganasy humedades escondidas. Apretadas al por mayor. Chiquitas. Con pujidos escondidos y gemidos cortados. Pero de pronto recuerdo que esa cinta es de 1949, un año antes de entrar a la década de adjudicarle voz y voto a las mujeres. Con diferencia de que “mujer que volteaba a ver a un hombre con disimulo, era dulce y encantadora”. Hoy, “mujer que voltea a ver a un hombre, ni disimula que es bien encantadoramente puta”.

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