Por Lolita Cuevas-Avendaño
Si
alguien me preguntara alguna vez diría sin reparo que “Ichi the killer” es la
película con más violencia que he visto. Comparo y comprendo que Quentin
Tarantino se queda corta con cualquiera de sus filmes y “Death Proof” no le
llega ni a los talones, como se dice coloquialmente (ésta última es una de más
salvajes que había visto).
Tal
pereciera que sin golpes, sangre,
torceduras, sufrimiento, gritos y torturas no habría tenido el toque distintivo de Takachi Miike, el maniático
director.
Decir
que es exagerada la dosis de salvajismo en la cinta es minimizar el asunto. Por
mi parte, prefiero algo menos brutal. Partiendo de la idea de que el efecto
shock es grupal, por lo que presencié durante la proyección, se logró el
cometido del autor, ya que todos permanecimos en comunión de sentimientos en
cada escena de muerte, martirio o acoso, por dar algunos, sólo algunos,
ejemplos.
No
es habitual, menos aún agradable, presenciar en una película tantos crímenes a
punta de atrocidad. No sé en Japón, pero al menos en el grupo de Pichulas nos
inclinamos más hacia material un poco más aceptable. Pero, es preciso apuntar,
que fue una práctica que se salió de lo planeado, de lo establecido y de lo
acostumbrado. ¡Bien!
Advertir
una muerte, una violación o un maltrato dimensionado nos abre el panorama de
ideas que pueden ser llevadas al cine. Qué otro tema más reprobable socialmente
se podría trasladar a la pantalla grande
si no es la sarta de injusticias (por los maltratos y violencia) que se muestras claramente y sin censura en la
película.
Sin
censura evidentemente sólo en formato digital o bien en el archivo original,
porque no imagino a Ichi the killer siendo transmitida en algún canal de
televisión abierta. ¡De qué manera!
Recordaré
y señalaré que una de la encomienda principal y más pronunciada que su maniulador
le dio era “no meterse con el niño y con
su padre, el policía” Dado que se trata de una película tan feroz, considero
que habría sido importante que darle relevancia la forma de muerte que los
referidos tuvieron. No descarto que se le haya dado el tratamiento adecuado a esas
escenas, pero como era algo que constantemente se repitió, para mi gusto habría
sido un tanto más inquietante (entiéndase como motivador) presenciar ‘esas’
escenas un poco más explícitas, sin sonar deseosa de muerte.
Desde
luego, y cual debe ser, los juegos de cámaras son por demás aplaudibles. Igual
tenemos un close up, que, casi al
mismo tiempo y sobre la misma línea, un
plano general. Está por demás decir esas bruscas alternancias dan un resultado de conmoción, como los personajes.
Y
no sólo se trata de combinar las tomas o perspectivas, también es el movimiento
de cámaras, en el sentido estricto de la palabra, lo que da el toque a esta obra. Me refiero a
que no son sólo los cambios de ángulo ilustrando un solo movimiento, sino que
más bien es mover la cámara siguiendo al talento.
¿Otra
de este tipo? Claro. Si el cine no es simplemente rosa, hay que probar de todos
los sabores de ideas.
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