lunes, 12 de diciembre de 2011

Los niveles de calidad


Los niveles de calidad
Por Manuel Castelán
El arte siempre será personal, objetiva en su ser, subjetiva en su quehacer y demostración pero siempre expresión natural del alma. Primeramente, no se puede caer en una moralidad del arte. Cuando hablamos de la verdad no se puede hablar de bondad; son dos conceptos plenamente distintos, y cada uno engloba una causa principal que no está ligada entre sí, sino sólo por analogía.

Cuando hablamos de mal o bien, nos referimos a actos humanos o acciones humanas, pero en las cuales entra en juego la conciencia y la voluntad del ser; no podemos decir que ir al baño sea algo bueno o malo, simplemente es una acción natural, ni que si un león se come un venado es también algo malo, pues son seres sin conciencia de lo que realizan, sólo aplican el instinto.

Como en las cosas naturales no puede haber bondad o maldad, lo mismo sucede con la creación del arte, no podemos decir mal arte o buen arte, pero sí podemos englobarlo, al menos desde el punto personal sobre el arte, en algo erróneo y algo acorde a la esencia del arte.

Uno de los tropiezos que comenzaron a repuntar en el arte fue la llegada de la feudalización del arte, donde se comienza a jerarquizar y dar un prestigio a las obras por su creación y quienes las poseían. Es decir, la clasificación de las cosas, el impostar lugares y otorgar privilegios y quitárselos a otros, como una muestra de nivelación, de dar prestigio a algo, de suponer su valor con base en quienes lo hacen o cómo lo hacen si tratar de adentrarse en el por qué lo hacen o qué quieren dar a conocer a los demás.

Esto se fue estratificando a lo largo del tiempo dando un repunte en cada una de las cosas que se iban creando, y dando pie a otro dilema que se tendría en discusión, quién determina el valor del arte. Sin embargo, el paso del tiempo y el contexto social propondrían algunas aportaciones que influirían en la conformación de la jerarquización.

Se llega entonces a descubrir la importancia del arte como una apertura al mundo y a la valoración por parte de ciertos privilegiados. El arte se convierte con la llegada de la visión capitalista, ahora no es al artista quien le da valor con su realización sino unos cuantos quienes se ponen de acuerdo y logran suplantar el valor con sus concepciones parciales y basados en la clasificación social de las personas.

El arte de masas siempre tendrá un dilema impronunciable: el poder que otorga viene de quienes lo recibe. El capitalismo nos da una línea y una misma jerarquización que no permite distinguir de primera mano lo que sucede, como en un entramado del cuál, sólo el más ávido puede salir. Pues la belleza de las cosas no estará en su esencia, sino en su imagen; y lo visual atrapa y deja de lado la realidad de las cosas, no son parte de ella, sino que tapan su esencia.

La masa alborota y pierde, hace escándalo y genera categorías que otros siguen como parte de un mundo controlado y del cual no se puede escapar, sino sólo volteando la mirada al centro de las cosas. Es una fabricación de lo realizado artísticamente, y lo pero no es quienes lo elaboran sino quienes lo siguen, no se sabe si despreciarlos o comprender su debilidad intelectual.  Es parte de esas conciencia intelectualoide que por ver lo “bonito” de algo se puede catalogar como valioso en el arte.

Lo valioso se determinará con el fin que busca y no con la creación, es la expresión para el alma y no la trampa que quiere suprimirla y convertirla en un consumidor más de sus propuestas tributarias, donde la máxima es acabar con su esencia para dejarlo en una simple pantalla de la realidad. Lo más importante, será siempre, el poder observar hacia el centro de las cosas y no quedarnos sólo con la envoltura, al arte se le aprecia por su expresión y no por su elaboración.

Reporte de lectura por Manuel Castelán, CC501

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