miércoles, 29 de febrero de 2012

I´ve made way for you

Por Sam García Jiménez

Se ganó el Oscar a mejor película, mejor actor y mejor director,  esta vez eso sí es un sello de garantía, pero muy aparte de los trofeos que se pueda llevar, es una joya moderna del cine, algo melancólica para los amantes del cine.

Nos hemos estado acostumbrando tanto a las nuevas características técnicas del cine y poco a poco la industria se va olvidando del fondo, esto ha logrado que al ver una película lleguemos a sentir la necesidad de ver algo en widescreen, de ver cientos de tonalidades de colores y escuchar diálogos.

El tamaño de imagen de la cinta está en un formato antiguo parecido al NTSC normal, dando la sensación de una pantalla cuadrada, pero obviamente esto es para apoyar a la película que busca transportarnos a la década de los 20´s y 30´s. En la película se está proyectando otra cinta, una en la que aparece el protagonista, George Valentine, al hacer un encuadre abierto se nota que en ese momento las cintas se proyectaban en el formato que nosotros estábamos viendo, con una forma cuadrada y no rectangular.

El acostumbrarnos a ver películas en formato widescreen, donde se dejan espacios en negro en la parte superior e inferior de la imagen, y ahora ver una en un formato donde esos espacios se dejan a los lados es algo extraño.

Nos encontramos en una etapa en la cual la resolución de la imagen digital nos deja ver  una infinidad de colores sin perder detalle de  la imagen y nos hemos estado olvidando de cómo era el cien en blanco y negro. Para algunos el cine en blanco y negro suele ligarse a lo artístico, como también pasa en la fotografía, tal vez por mera nostalgia, como dicen en la película Media noche en París: Para algunos la mejor etapa siempre estará en el pasado.

Del mismo modo en que el formato apoya la imagen, el color es indispensable para transmitir la nostalgia de los 30´s, para transportarnos a la era del cine mudo, las tonalidades de grises que se utilizan apoyan a la trama, al ver como el artista va perdiendo todo y de pronto deja de ser reconocido. Posiblemente el estar acostumbrados a  ver tanto color hace que sin importar la imagen intentemos darle algún color a las cosas, pero pensándolo bien creo que siempre fue así, al tener una falta de color siempre el espectador le dará colores que le sean familiares o crean correctos para la imagen, haciendo que nuestro cerebro trabaje y no dándonos todo digerido.

Oh, las palabras, o la falta de ellas,  bastante interesante la propuesta, el uso de cuadros de diálogo fue justo cuando era necesario y no saturados de palabras. Muchas veces las actrices y los actores movían los labios y hacían comentarios, pero no era necesario que nos mostraran lo que decían, de nuevo, nuestros cerebros trabajan y se enfocan en el fondo y no tanto en la forma.

El hecho de juntar la tonalidad grisácea, el tamaño de la imagen y la falta de audio se vuelve perfecta para narrar esta historia, cuando le avisan del cambio al sonido, creo que incluso a todos en la sala nos extrañó escuchar los ruidos del vaso, de los objetos y de las risas, pero de nuevo regresamos al silencio, donde la música lleva el ritmo y las actuaciones son tan sorprendentes que los diálogos no son necesarios. 100 minutos donde nada se hace tedioso, donde encontramos una historia de amor narrada por la música, el color y las actuaciones sin necesidad de decir una sóla palabra.

Me quedo enamorado de la película, y con ganas de ver más cine mudo, posiblemente me tope con cosas distintas, con tramas y actuaciones muy distintas, pero sin duda interesante de admirar y descubrir algo que hemos ido dejando atrás con los años, "dandole el lugar a los nuevos, olvidando a los viejos".

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