lunes, 20 de febrero de 2012

J. Edgar


Mano firme. Mano doblada

Por Lolita Cuevas-Avendaño

Atractivo, valeroso, fornido, galán. Resulta fácil imaginar que alguien con esas características-y más aun tratándose de un varón- sea quien está al frente de un grupo de hombres dando ordenes e instrucciones de cómo sea hacen las cosas. Me refiero a J. Edgar que, más por su cara bonita, por su tenacidad e inseguridad, disfrazada de hombría, estaba al frente del FBI, en sus inicios, debo decir. Es más bien que se trata de la fundación de dicha agencia.
No tengo objeción alguna a la ambientación de la película. Los muebles, las cortinas, el vestuario, el maquillaje, las posturas, los vehículos, todo era lo ideal para transportarnos con la imaginación y magia del cine hasta aquellos tiempos de misterio e incertidumbre.
Cada detalle en las escenas creó en mi mente una suerte de quimera arcaica con las carretas andando por las despobladas calles y avenidas, con la estructura refinada de la biblioteca, y el modesto y vano escritorio con una miserable máquina de escribir. Acepto y soy consciente de mi culpa de querer ver esas escenas en blanco y negro.
Descubrir casos insólitos, qué interesante; emprender investigaciones contramarea, un reto; averiguar el modus operandi del forajido y crear la acción en un delito, toda una odisea, todavía más cuando se vive en una nación que desconoce gran parte de lo relacionado a leyes y juzgados, cuando se pretende explicar qué es bueno y no en materia penal.
En otro tenor de ideas, es preciso externar que el corazón se me parte a partir del rechazo, tan categórico desde luego, de Helen Gandy. ¿Qué sería más romántico que el hombre que se encontraba frente a ella se quedara callado y, casi sin pensarlo, le robara un beso? Sí, de acuerdo que no era la forma, tal vez y sólo tal vez, pero de eso a que le propusiera ser su secretaria personal… ¿Y aceptar? Fue un poco incómodo, tal y como para Gandy, dejar de observar que ya no recibía miradas seductoras de su enamorado.
Probablemente el plan de Helen era cautivar su pretendiente, precisamente, con esas miradas. Mas no contó jamás con la presencia de un tercero en cuestión (entiéndase el género tal y como lo marca el texto, en masculino).
Si se refieren a Hoover como un chico con casi nula vida social, estoy de acuerdo. Basta advertir que el joven no tiene ni novia con quien intimar (y mira que pudo haber existido una), ni amigos con quien salir a flirtear. No así es su condición para con Tolson, Clyde Tolson. En un principio, la mayoría sólo los imaginábamos teniendo una amistad como pocas: fieles e incondicionales. Inseparables. Más allá de esa amistad, en apariencia desinteresada, se cocinaba una pasión que hizo que ambos perdieran la inocencia. Concíbase pasión también como perder la cordura, en este caso. ¡Qué decir de su hombría!
Perturbador. Complicado. Difícil. Simplemente no daba crédito a las muestras de excesivo afecto entre los dos, hasta ahora para mí, amigos. En principio, fue hasta cierto punto común y cortés que cuando el de arriba le concedió la entrevista al de abajo (desconozco si la mencionada postura es literal), éste último le compartiera su rutina de ejercicios. Pero de eso a que se rozaran la mano y que intercambiaran miradas cómplices, había un estrecho que los evidenciaba. En fin, como si nadie más “padeciera” de “eso” ahora.
Me quedo con la tenacidad, la entereza y suspicacia de Edgar para crear de su corporación una que trascendería, que quedaría en la mente y en los días de los ciudadanos como una agencia a su servicio, que se haría presente en momentos de llanto, emergencia, angustia y desesperación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario