martes, 14 de febrero de 2012

La invención de Hugo Cabret


Tacones de película


Por Lolita Cuevas-Avendaño


Es común que emerja la duda acerca del subtítulo de mi publicación. No es por más que gracias al homenaje fílmico a George Melià aprendí que después de la guerra las películas de tiras de celuloide eran derretidos y no servían para nada más que para fabricar tacones de zapatillas.
Eso es sólo el principio de lo que descubrí a partir de la película. Por ejemplo, pensar que los hermanos Lumière creyeron que el cine sería una moda pasajera, me hace aterrizar cuán equivocados estaban. Tanto, que referirse a cine abarca cualquier número de acepciones: investigaciones, análisis, adaptaciones, etcétera.
Pocos utilizan la palabra ‘espléndido’ para referirse a lo fabuloso que resulta ser un acto cotidiano, común. Casi nadie dice ‘superlativo’ para explicar la grandeza o magnitud de algo o alguien, y para referir una explicación que más bien podría parecer rodeo, apuesto que nadie dice ‘circunlocución’.
Quién más podría decir semejantes palabras rebuscadas que una niña de película que comparte aventuras y vivencias con el protagonista de  la historia.
No se trata de una típica historia cinematográfica. Es, por mucho, LA historia que muchos esperábamos ver para entender, apreciar y admirarnos aún más por la naturaleza del cine.
Sonrisas, historia, ficción, hambre, ilusión, amor, prisas, acción, literatura. Me quedo corta para describir cada rincón de la fascinante película “La invención de Hugo Cabret”.
Por tan sólo unas escenas, por tan sólo unos minutos, intenté ponerme en los zapatos del niño Hugo. Nada fácil lidiar con semejante frio y no tener más que pantalones cortos a la disposición. Además, inaudito me resulta cómo el protagonista logró sobrevivir después de la muerte de su padre y bajo la tutela del tío, en una estación de trenes. Definitivamente no cualquiera.
Seguramente fue el autómata, todavía descompuesto, quien lo alentó a mantener en pie, firme, con sed de no claudicar. Y menos difícil con una nueva amiga, que además de hermosa, le abrió su corazón aventurero de la forma más desinteresada posible.
Increíble la forma en que las coincidencias toman un sentido: el porqué de la llave, el porqué de la restricción de ver cine, el porqué del autómata sin ropa, el porqué del mensaje que este escribió.
Definitivamente me transporté a cada escena de la película. Qué decir de las primeras proyecciones del cine “La llegada del tren”. Me reí, sin embargo me habría gustado estar ahí sintiendo la adrenalina sin poder explicarme cómo transportaron la imagen a esa tela y que, encima de todo, no fui arrollada por el tren.
Quisiera tener mi propio castillo de cristal para rodar películas, asistir tomas, dirigir actores, en fin, tener un estudio de grabación tan completo conmo el de George Melià. O por lo menos me gustaría visitar la biblioteca de la Academia de Cine, para sentirme un poco en Hogwarts si de arquitectura hablamos.
Como no todo es miel sobre hojuelas en esta vida, noté un ligero, caso imperceptible error de continuidad: en la escena cuando Hugo advierte que la llave de corazón está en la vía del tren, en el tight shot del dicho objeto se observa que este está sobre la gravilla. Sin embargo, cuando en un movimiento brusco jalan al niño Hugo de vuelta a los andenes, de un momento a otro acerca su mano a la llave para llevársela y justo en ese instante, la llave ya no aparece donde antes, sino que ahora está sobre el riel. Cosa que no afecta, absolutamente, mi fascinación y deslumbre por tan inolvidable película.
El puritano y dulce rostro de Emily Mortimer y la desbordante sensualidad de  Jud Law, son el cuadro perfecto para compartir créditos una vez más, tal y como los vimos en Match Point, del aclamado y memorable Woody Allen
¿Actores, locaciones, fotografía? Formidables en la justa medida para dar vida a este producto fílmico creado por los amantes de cine.

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