Por Lolita Cuevas-Avendaño
En definitiva, lo mio no
son las películas de acción, ciencia ficción, o algo que se le parezca. Tampoco
adoro el western, porque en su gran mayoría me transmite esa sensación de
soledad y angustia que vive en el fondo de nuestros sentimientos.
Con sólo acotar que “Los
siete samuráis” fue dirigida por el japonés Akira Kurosawa, prácticamente la
calidad fílmica ya está garantizada, desde actuación, iluminación, estuario, argumento,
etcétera. Mas no causa tal impacto a
nivel personal. Claro que para tratarse de una película de 1954 me
cuesta un poco entender cómo logan determinadas escenas en tanto que no se
contaba con la tecnología de hoy.
Una escena que me pareció visual y sumamente atractiva es cuando los
invasores llegan a la aldea y comienza una incansable e inagotable persecución.
De esa escena me gusta el movimiento desenfrenado de cámaras a modo de seguir a
los actores, que otra opción habría sido haber dejado la cámara fija mientras
los actores corrías frente a ella, mostrando que los perseguían, sin embargo me
pareció mucho mejor que se hayan atrevido a seguir a los participantes de tal suerte
que es más cercana la sensación de movimiento externo, es decir, fuera de la
pantalla.
Indagando un poco acerca de
esta película, advierto que fue catalogada como una de las diez películas
favoritas de los directores más destacados y reconocidos de 1992 a 2002. Tanto
así que en 1960 fue retomada por John Sturges para hacer un nuevo filme con e mismo argumento y diferentes actores, pero ahora dejando de lado lo oriental para adaptarlo a Estados Unidos.
Por supuesto que, a pesar
de ser un género que no son de mi total agrado, sí reconozco las escenas que
más me impactan y se convierten en parte de mis momento fílmicos memorables. Por ejemplo, en Los siete samuráis
recuerdo claramente cundo las chozas de la aldea se queman: las mujeres gritan
al tiempo que su alma se desgarra viendo como lo poco que tenían es consumido
por el feroz e insaciable fuego, que no muestra compasión por nadie. En ese
momento, llegan a mí un contraste de sentimientos al sentirme un tanto
empática, y me pregunto con preocupación qué sería lo que haría si algo así me
sucediera.
Por otro lado, en Los Siete
magníficos, mi momento memorable no sigue la línea de la trama, sino más bien
de la producción. Me impacté cuando aparece un pueblo en mitad del viejo oeste,
(de esos que son clásicos del rumbo, donde es indispensable la presencia del saloon
y las viejas casas de madera con ventanas que tienen ventilas en lugar de
cortinas, y corredor con barandal en todo el rededor) y es montado totalmente,
es decir, no existe tal lugar, sino que fue creado, diseñado y levantado
especialmente para el rodaje de la película.
No sería el viejo oeste si
no hubieran el polvo, las cercas con alambre de púas y la aridez total que se
muestra en el filme y los el vestuario de los actores, con camisas blancas,
chalecos de cuero, botas, sombrero y sudor de la punta a los pies, denotando el
extremo calor del lugar.
En contraparte, noto que en
Los siete samuráis la sabiduría y control absoluto de la comunidad recae en el
patriarca, al igual que muchas otras culturas, tanto de oriente como de
occidente. En cuanto a los actores, podría asegurar que no fueron los más guapos
que eligieron en el casting. Agrego un punto más a favor de la cinta porque el
éxito de la película no se definió por el atractivo físico de sus actores, sino
por la esencia misma de toda la producción, cosa que es casi nula en nuestros
día, ya que tal pareciera que el fracaso de una película será directamente
proporcional a la fealdad de quienes aparezcan en ella.
También debo señalar que
prefiero los paisajes exteriores, donde se ven los extensos sembradíos de
trigo, arroz y demás semillas que se dan en aquellas tierras, porque sinceramente
ver la pobreza, traducida en ruinas y destrucción, resulta poco alentador.
Galardono al loco que no
dejó de gritar un momento en toda la película, externaba éxtasis también con la
mirada y con sus extravagantes movimientos.
Por las actuaciones e influencia
(y porque me hizo recordar a Mulán) les daré cinco estrellas.
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